El cerebro de la bestia

Querido amigo, muchas gracias

Hace unos días recibí la llamada de un amigo con quien hacía mucho no hablaba. Habíamos perdido contacto luego de haber trabajado juntos en jornadas vinculadas a producción y alimentación. Me dio la noticia de que había publicado un libro y quería que lo tuviera. Al otro día me recibió en su casa.

Me contó por arriba de qué iba el libro, algo que yo ya intuía. A mi amigo lo conozco muy bien. Me habló de cada capítulo para terminar en una reflexión.

El libro recoge una serie de postulados en referencia a la producción alimentaria a los cuales nos aferrábamos. Es una gran parte de mi vida, o mejor dicho, una parte muy importante para mí. Aquellos fueron días en los cuales conocí a muchas personas a quienes recuerdo con mucho afecto.

Luego llegó mi turno. Le hablé de algunos cambios de postura que he tenido en estos últimos años en puntos específicos de la producción alimentaria. Él, mi amigo, no había cambiado ni un pelo. El que había cambiado había sido yo. Y no se trata de la solidaridad ni la fraternidad. Se trata de que a ellas las sembramos en distintos caminos muy distantes unos de otros. Mis postulados, aquellos que mantenía como dogmas, se fueron derribando. Y comprendí que aquel camino de ciertas ideas eran en realidad creencias y miedos infundados; era el camino de las supersticiones por sobre la evidencia científica. Y nada volvió a ser igual. Todo se convirtió en una bola de nieve que fue creciendo cada vez más.

Cuando escribí “El árabe que regalaba huevos de Pascua”, relaté sobre los “Exploradores”; aquellos niños que se metían en un campo prácticamente silvestre y que pensaban que por la noche en el pantano del lugar, los supuestos cocodrilos se transformaban en dragones. Estaban en el camino correcto pero sin nadie que los guiara. A uno de esos exploradores, según me dijo, le explicaron pasados los treinta años de manera detallada en qué consiste la evolución.

Evidentemente me alejé de ciertos círculos y me uní a otros. Es algo natural. Las personas van madurando, aprendiendo y creciendo con datos de realidad. Nadie nace sabiendo, nunca es tarde para aprender, y siempre se aprende. Y por aquí, en este camino, cada día aprendo algo nuevo, algo que me sorprende o que me hace repensar cierta idea. Vamos caminando, respirando, y ayudando en la medida posible como siempre.

Mi amigo dice que está interesado en lo que le tengo para comentar, de escuchar mis posturas. Al fin y al cabo, los dos queremos un mundo mejor.

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