Parada frente al carrito de elotes, abandonado y polvoriento, Obeth Hernández todavía no asume su realidad. Hasta el 4 de julio era la fuente de trabajo de su esposo, Marino Ramos. Tres semanas antes de volver a este sitio, su cónyuge fue arrestado de forma violenta. Hoy, al ver ese carrito le causa quebranto.

Estos jóvenes, ambos de raíces maya mam, recuerdan que antes de salir a trabajar seguían una rutina simple; pero ese fatídico día todo fue diferente, esos minutos que pasaron juntos consideran que fue la premonición de una despedida. Sin saberlo, ese último abrazo fue más que un gesto de cariño.

“Lo que más me gustaría es que mi esposo estuviera aquí de regreso”, confiesa con profunda tristeza.

Aunque se mantienen en comunicación, la vida no es igual. Obeth, de 24 años, vive en Los Ángeles. Marino, de 28, tuvo un regreso forzado a su natal municipio de Malacatán, en el departamento de San Marcos, ubicado a 171 millas al oeste de la capital de Guatemala. Se fue a vivir con su mamá, a quien él ayudaba con sus medicamentos. Su progenitora tiene diabetes.

El carrito de elotes y raspados de Marino Ramos quedó abandonado después de su arresto y deportación a Guatemala.

(Subi Jiménez / LA Times)

La detención de Marino, a manos de agentes federales del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE), explotó en las redes sociales. En el video que circuló en diferentes plataformas se ve cuando dos oficiales tiran al suelo al muchacho y dejan su camiseta blanca hecha jirones. El joven, al igual que su esposa, vendía elotes, raspados, esquites y doritos.

Cuando el sol abraza con fuerza, Obeth camina nuevamente hacia el norte sobre el bulevar Western. Frente a la plaza, ubicada en la esquina con la avenida Virginia, vio a Marino por última vez. Ahí, a un lado de la lavandería, coloca su carrito por 30 minutos cuando empieza su jornada laboral, luego se desplaza por el vecindario.

Ese día aciago, ella estaba en ese espacio preparando un elote y un raspado. En lo que Obeth completaba el pedido, su clienta aprovechó de ir a comprar una orden de pollo a otro negocio, ubicado a cinco metros de ahí. De forma abrupta, la usuaria regresó corriendo con cara de espanto.

“Vámonos, llegó la migra”, dijo la clienta con voz agitada.

Al girar su cabeza, Obeth alcanzó a ver a clientes y vendedores que corrían despavoridos, al tiempo que hombres armados se bajaron de vehículos particulares. Unas camionetas de ICE aparecieron sobre la avenida Virginia y otras sobre el bulevar Western.

La comerciante dejó su carrito y se dirigió hacia el sur del bulevar Western. Antes de salir de la plaza, la mujer que venía detrás se tropezó. Al llegar a la calle, Obeth alcanzó a ver a su esposo en la acera de enfrente. “Viejo, vámonos, aquí está la migra”, le gritó con fuerza.

Los Ángeles, CA - 25 de julio de 2025 - - Obeth Hernández prepara un pedido para un cliente

Obeth Hernández atiende a un cliente cerca de donde su esposo, Marino Ramos, fue capturado con violencia por agentes federales.

(Genaro Molina / LA Times )

Lo que pasó ese día parece una emboscada, dice la joven. Antes de esta redada, al menos en tres ocasiones esta pareja tuvo altercados marcados por la discriminación con personas del vecindario. Uno es el propietario de una licorería, los otros dos son propietarios de viviendas.

“Hay mucha gente racista, no nos pueden ver a nosotros los vendedores que trabajamos honradamente”, aseguró.

La joven avanzó con desesperación. Mientras corría observó que los dueños de negocios cerraban apresuradamente cortinas y puertas. Intentó ingresar a uno de ellos, pero no la dejaron. “Vete de aquí”, le dijeron. Al llegar al bulevar Santa Mónica, miró hacia el otro lado de la calle, pero ya no vio a su esposo.

A sus 19 años, Marino dejó su aldea natal en la zona rural de Malacatán, un municipio —ubicado a 8 millas al este de la frontera mexicana— que tiene como principal fuente económica la agricultura y el comercio. El muchacho llegó a Los Ángeles en 2016, en donde al principio trabajó en restaurantes y luego en la construcción.

—¿Tenías orden de deportación? —pregunto en una videollamada por WhatsApp.
-No.
—¿Te agarraron al entrar a Estados Unidos?
-No.

Cuando la pandemia menguaba, él y su esposa se dedicaron a la venta ambulante. Marino caminó por diferentes aceras y calles de Los Ángeles. Antes se desplazaba sobre el bulevar Santa Mónica hacia el oeste, hasta llegar a la avenida La Brea. Los meses recientes solo recorría los alrededores del vecindario Hollywood, vendiendo sobre la avenida Western.

Desde 2021, esta pareja vive en un departamento junto a Isidro Ramos, padre de Marino, cuyos progenitores hablaban el idioma mam.

Entre los tres pagaban los $1400 de la renta. Igual, los tres se dedican al mismo trabajo, cada uno tiene su propio carrito; solo el de Marino era eléctrico, el cual compró con un préstamo después de recibir cuatro cirugías en el estómago —hace tan solo cinco meses atrás—, pues ya no tuvo la misma fuerza para empujar un carrito regular.

En medio de las despiadadas redadas, ocurridas desde el 6 de junio en el sur de California, la pareja salió a trabajar con normalidad. Para proteger a su hermano más cercano, Esvin Ramos llamó a Marino previo al 4 de julio. Ante el riesgo de que ICE realizara operativos a gran escala, le sugirió que no trabajara durante esa festividad.

Mientras unos conmemoraban la independencia de Estados Unidos, Esvin cerró su taquería que instala en la calle; en cambio la joven pareja conversó esa mañana sobre la mejor decisión. Al analizar que les hacía falta dinero para completar la renta de su departamento optaron por salir.

En la calle, al escuchar el grito de Obeth sobre la presencia de ICE, Marino dejó su carrito de elotes abandonado y corrió hacia el sur del bulevar Western. Al pasar junto a otros vendedores, en el bulevar Santa Mónica, les puso en alerta. Avanzó hacia el este perseguido por dos agentes. Luego se sumaron otros dos.

“Córrete, Marino”, le gritó Isidro, al ver a su hijo con cuatro agentes que le respiraban en el hombro.

Los Ángeles, CA - 25 de julio de 2025 - - Obeth Hernández, derecha, se encuentra con su padre en L

Obeth Hernández (derecha) junto a su suegro, Isidro Ramos, expresan su conternación por la captura de Marino Ramos.

(Genaro Molina/Los Angeles Times)

El muchacho se metió en la avenida Oxford, en donde un vehículo de la “migra” le bloqueó el paso. Ingreso a un callejón, junto a un edificio de departamentos. Agotado, despues de correr por 321 metros, se agarró de una puerta metálica en donde dos agentes, vestidos con uniformes de color verde olivo, lo aprehendieron.

Los agentes lo tiraron al suelo, le pusieron una rodilla en la cabeza y le colocaron grilletes en sus manos. Y finalmente lo metieron a una camioneta.

Poco después, Obeth recibió refugio en un negocio ubicado sobre el bulevar Santa Mónica. Ahí estaban varias personas hacinadas elevando plegarias para que los agentes federales se fueran. Una de ellas le dijo que su esposo había sido arrestado, pero la joven estaba incrédula. Después de 15 minutos ella abandonó ese local. Tres minutos más tarde recibió una llamada.

Al escuchar la voz de Marino, dándole la desalentadora noticia del arresto, la joven se derrumbó.

Según el Instituto Guatemalteco de Migración (IGM), entre el 1 y 30 de julio han llegado 4,167 personas deportadas desde Estados Unidos, entre ellas se encuentra Marino quien aterrizó en suelo centroamericano el 12 de julio, luego de pasar cinco días en el centro de detención en Los Ángeles y otros en Arizona, Colorado y Texas.

La deportación lo tomó por sorpresa, aseguró Marino. El joven sostiene que nunca firmó su salida voluntaria; sin embargo, cuando escuchó que estaba en el grupo que iba deportado para Guatemala, pidió hablar con su esposa y su abogado, pero le negaron ese derecho. Los oficiales le indicaron que estaba en otro estado, no en California. Este migrante salió en avión de Texas.

—¿Firmaste la deportación? —le pregunto.
—No, no firmé nada —responde Marino.

Una persona tiene derecho a agotar todas las vías de su defensa, aseguró José Arturo Rodríguez, cónsul general de Guatemala en Los Ángeles. Si en un tribunal se determina que no hay más opciones, le van a proponer la salida voluntaria, pero tiene que firmar que acepta esa condición.

“No tenemos reporte”, revela sorprendido el funcionario. El nombre de Marino no aparece entre los deportados.

Ante el cuestionamiento sobre lo ocurrido, el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) comentó, por medio de Tricia McLaughlin, subsecretaria de asuntos públicos, que tras su arresto, el joven “solicitó la salida voluntaria de Estados Unidos” y la agencia ICE “felizmente organizó su viaje de regreso a Guatemala”, una opción que ofrecen a las personas indocumentadas a través de la aplicación CBP Home.

“Estados Unidos ofrece a los extranjeros sin documentos $1,000 y un vuelo gratis para que se autodeporten”, subrayó McLaughlin.

En todo el 2025, los datos del IGM indican que a Guatemala han llegado 22,516 deportados; esas personas son mayormente originarias de los departamentos ubicados en el oeste del país: Huehuetenango (4,165), San Marcos (2,781), Quiché (2,434) y Quetzaltenango (1,533).

Al municipio de Malacatán, ubicado a 19 millas al este de la ciudad mexicana de Tapachula, en los últimos siete meses han llegado 265 personas deportadas desde Estados Unidos.

El reencuentro con su tierra, la que dejó hace 9 años, ha sido traumático. En estos días de lluvias torrenciales, Marino por lo general no sale de su casa. El ostracismo se debe a las secuelas que arrastra desde que fue perseguido por los agentes federales. En las noches sufre de pesadillas, le cuesta dormir; a veces logra conciliar el sueño hasta las cinco de la madrugada.

“Yo quisiera regresar, pero no puedo”, manifestó el muchacho con pesar.

Cada vez que puede, Obeth repite que le hace falta su esposo. Se le nota en el brillo de sus ojos. Ella se alejó de las calles por 18 días. Al ver una llanta floja de su carrito de elotes, vuelve a mencionar que son detalles que su cónyuge reparaba. Ahora ella tiene que pagar sola los $300 del préstamo con que compraron el carrito eléctrico —abandonado— de Marino, igual están los $631 del vehículo familiar, sin contar los $700 de la renta del departamento, entre otras responsabilidades financieras.

Pensando en Marino y también en su familia —tiene un hermano con cáncer en Malacatán—, trabajó esta semana nuevamente. También lo hace por ella misma, porque salir a vender es una manera de sentirse viva, es una forma de enfrentar con valentía la adversidad.

En medio de esas memorias tristes, la joven rescata esos minutos que convivió con Marino antes de su arresto. Ese día, al advertir el presentimiento que la carcomía en su interior, Obeth se echó a llorar. Le dijo a su esposo lo que sentía. El salió a comprar tostadas y aguacate, al regresar le sirvió un plato de sopa de res.

“Venga a sentarse, comamos juntos”, dijo.

El 4 de julio no solo almorzaron juntos, también alargaron la conversación de manera inusual. Algo que ella valora profundamente. En esa convivencia, Marino le dio un tierno abrazo. Ese fue el último abrazo. “Mami, a ver cuando nos tomamos una foto así”, dijo. Esa foto no fue posible capturarla, pero ese momento ella lo guarda bajo llave en su memoria y es como prefiere evocar a su entrañable compañero.

Enlace fuente

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here