No soy realmente fan de muchas cosas, porque eso del fanatismo nunca me ha gustado. Ser fan implica siempre un compromiso demasiado profundo que raya con la fe ciega y que no me interesa practicar. Pero, si me obligaran a declararme fan de algo o de alguien, elegiría a Ozzy Osbourne y a Black Sabbath, uno al otro del otro. Al menos en lo que respecta a una parte de sus carreras.
Eso me da quizás derecho a ofrecer algunas consideraciones personales sobre la partida del cantante inglés, fallecido dos semanas después de un concierto de despedida que, en vista de los sucesos actuales, ha sido realmente el último, y al que no puede asistir por una suerte de circunstancias que tuvieron que ver con una mala planificación y, evidentemente, con cuestiones económicas.
Pero el no haber estado presente en la Villa Park de Birmingham no quiere decir que mi relación con este hombre no haya sido bastante intensa, al menos desde mi lado. De hecho, mi primera conexión real con el heavy metal, que sigue siendo mi género favorito, se produjo de manera absolutamente significativa a través de un cassette (sí, así de viejo soy) que contenía tanto música de Ozzy como de Sabbath.
El lado A de la cinta incluía “Bark at the Moon” (1983), el tercer álbum del primero, y el lado B, el primer disco epónimo de la banda, publicado en 1970. Si no me falla la memoria (que es pésima, la verdad), le pertenecía originalmente a mi hermana; se lo había grabado (porque no era un original, o “de fábrica”, como les llamábamos en Perú) el baterista de Óxido, una banda limeña de la incipiente escena heavy de mi país que, por supuesto, adoraba a Sabbath.
Yo no había escuchado nunca a estos artistas, y al hacerlo, quedé inmediatamente prendado de ellos. Curiosamente, como el cassette tenía solo los nombres de las canciones, no me di cuenta en ese momento, ni sospeché siquiera, que el vocalista de profunda voz que entonaba las siniestras estrofas del lado B era el mismo que cantaba las mucho más animadas -y mucho más agudas- melodías del lado A. Tardé bastante en enterarme, y no se puede culpar únicamente de ello a mi mal oído.
En realidad, en ese primer disco, Ozzy no había empezado todavía a probar suerte en esas notas altas que empezaran a distinguirlo más adelante, y que si bien comenzaron a complicarle la vida hacia el final de su recorrido con Sabbath, siguió practicando en su etapa personal, aunque de manera más controlada.
Más allá de ser un asunto circunstancial, esto prueba no solo que tenía un gran registro, sino también que era capaz de ponerse en diferentes roles interpretativos; pero el detalle más importante es que, cantara como cantara, lo hacía siempre de un modo completamente original e inimitable, lo que marca ciertamente una diferencia en medio de un género cuyos cantantes tienen a inscribirse dentro de un molde.
Es un detalle que merece ser destacado cuando se sabe que, históricamente, no han faltado quienes han acusado a Ozzy de ser un mal cantante, es decir, un cuestionamiento que se vio reforzado debido a sus interpretaciones defectuosas en los escenarios. No era de extrañar que sucediera algo así, claro está; si se sabe algo de él fuera de los ámbitos musicales, es que fue un ferviente consumidor de sustancias y de brebajes que no podían ser buenos para la garganta.
Pero estoy seguro de que nuestro amigo nunca perdió la voz interpretativa, incluso cuando, a veces, su discurso hablado resultaba difícil de entender. El concierto de despedida es el mejor ejemplo de lo que digo; no lo vi ni escuché en vivo, sí, porque la transmisión pagada que adquirí tenía dos horas de retraso, pero estoy casi completamente convencido de que el audio de su voz era el original, y ese mismo audio fue sorprendentemente convincente, hasta el punto de que, más allá de sus claras dolencias físicas, todo parecía insinuar que el hombre estaba todavía capacitado para seguir haciendo grabaciones, como lo deseaba.
Sea como sea, en lugar de colocarlo en un pedestal inalcanzable, como había sucedido anteriormente con Robert Plant de Led Zeppelin, la voz de Ozzy lo acercó al concepto de “hombre de la calle”, de alguien imperfecto pero esforzado que era todavía capaz de hacer grandes cosas cuando se lo proponía y que, por supuesto, podía cometer numerosos errores y actuar de manera inadecuada en más de una ocasión, ya que, a fin de cuentas, era una persona de indudable carisma, de origen humilde y de buen corazón que se había visto envuelta en un ambiente que no terminaba de entender.
Salvo mejor parecer, no había maldad intrínseca en él, pese a que, debido a su conducta salvaje y su predilección por temáticas oscuras, se le acusó de satanista y de ser una mala influencias para la juventud, cuando, en realidad, terminaba sus conciertos diciendo “Que Dios los bendiga” y dijo en más de una ocasión que se consideraba un cristiano (aunque uno ciertamente atípico).
Es ciertamente interesante que Ozzy me haya caído tan bien. No mostrar nunca una posición política firme ante los temas urgentes que acosaban al planeta (pese a que mantenía una postura de desconfianza hacia los políticos en general y en su repertorio figuran piezas como “War Pigs” y “Killer of Giants”), no escribía realmente las letras que cantaba (aparentemente, solo participó en algunos fragmentos, aunque si creaba las melodías) e hizo algunas cosas realmente estúpidas.

La formación original de Black Sabbath.
(Chris Walter/WireMage)
Usar drogas sin contención y beber descomunalmente no es algo que se deba celebrar, pero se trata de una decisión personal que afecta sobre todo al usuario. Haber arrancado a mordiscos la cabeza de un murciélago durante un concierto fue aparentemente un error, porque pensó que se trataba de un juguete (¿a quién no le ha pasado?). Pero, antes de eso, ya había hecho algo parecido -esa vez, con una paloma- durante una reunión con los ejecutivos de su disquera, lo que indica que, por más intoxicado que haya estado en las dos ocasiones, el respeto por los animales no era su fuerte.
Y en el plano más “humano”, no puede ignorarse lo que hizo, justamente, con quien componía las letras que cantaba, más exactamente, con Bob Daisley, que fue además el bajista de sus dos primeros álbumes y que terminó envuelto en una querella legal con él debido a regalías no pagadas. El problema fue tan grave que, a inicios de los 2000s, los dos discos fueron relanzados con las pistas del bajo y la batería (correspondientes originalmente Daisley y a Lee Kerslake, quien también había participado en la demanda) regrabadas por otros músicos.
Es aquí donde entra a tallar Sharon, la esposa de Ozzy, quien, en la opinión de muchos, es una ejecutiva calculadora que, entre otras cosas, usó a su marido para obtener ganancias multimillonarias en momentos en que este no se encontraba en condiciones de presentarse y que entabló peleas innecesarias con varios de sus músicos y compañeros, pero que, en la opinión de otros, es responsable directa no solo de la existencia de la carrera solista del ex vocalista de Black Sabbath -y, por lo tanto, de su estatus actual de superestrella-, sino incluso de la supervivencia del aludido, quien se encontraba en muy mal estado cuando la conoció.
Finalmente, el cariño que sentimos por Ozzy (y que seguiremos sintiendo, a no ser que se revele algo realmente espantoso de su vida) tiene tanto que ver con su historia de supervivencia y su calidad como intérprete como con su vulnerabilidad y su extraño carisma. Y el dolor que sienten ahora mismo sus fans alrededor del mundo no podría ser más real.

Ozzy Osbourne abraza a su prometida, Sharon Arden, en Los Ángeles, el 21 de diciembre de 1981.
(Douglas Pizac/AP)
Fue triste no poder verlo durante su última presentación, pero me queda el recuerdo de haberlo entrevistado un par de veces y de haberlo apreciado como solista y con Sabbath en numerosas ocasiones, aunque haya empezado a hacerlo de manera tardía, luego de mudarme a Estados Unidos a inicios de los 2000.
En ese sentido, la anécdota más curiosa que puedo contar corresponde a la presentación que ofreció con su grupo original en el ya desaparecido Verizon Wireless Amphitheater de Irvine, en septiembre del 2013. Esa noche, además de escribir, yo cubría el evento como fotógrafo, por lo que me encontraba en el foso frente al escenario que se encontraba destinado a esos menesteres.
En cierto momento de descuido, cuando tenía la mirada hacia abajo, sentí que un torrente líquido me impactaba, y mi cámara cayó estrepitosamente al suelo. Afortunadamente, no resultó dañada, pero yo quedé completamente empapado, y mientras me recuperaba, empecé a darme cuenta de que había sido víctima de uno de esos baldazos de agua fría que el señor lanzaba habitualmente sobre la platea.
Levanté la cámara, todavía sorprendido, apunté al escenario y retraté a Ozzy mientras este hacía un divertido gesto de sorpresa y de arrepentimiento que no sé si era realmente sincero, pero que me hizo reír de inmediato. Pese a estar cruzada por un chorro de agua, la toma era memorable. Me encantaría encontrarla.